La verdad es que me queda un sabor un tanto agridulce después de conocer que aquí se acaba todo. Nací en una calurosa tarde de julio de 1984 pero, cuando vi la luz del sol por primera vez, mi madre no estaba en casa. Era tan feo, que me lanzaron al aire y dijeron: si vuela es murciélago. Tuve una infancia normal y corriente. La adolescencia, algo descafeinada y esta etapa de transición a la adultez me supo a poco. Creí haber encontrado el amor de mi vida. Pero a la vez que yo, otro tío también pensó lo mismo de la misma tía. Ella dijo que de entre los dos se quedaría con el imbécil. Y por eso se marchó con el otro. En el curro, en sólo tres años, aprendí más de la vida que en toda mi experiencia vital junta. El caso es que parece que siempre uno está esperando a mañana para que llegue ese momento en el que decir: por fin soy feliz. Pero mañana no llegó y ahora ya sí que sí, el mundo se va al carajo.
Si él hubiera estado, todo acabaría en el bar de Moe. (Imagen: hoy.es)
Volvía yo de mis cosas y cuando encendí el ordenador al llegar a casa, me cagué encima. ‘Apocalipsis nuclear’, titulaba bien grande elmundo.es. Después de desfacer el entuerto y procurar no dejar rastro de los efectos del susto, llamé a mi madre para despedirme de ella. Y así, con todos y cada uno de los contactos de mi teléfono móvil. A los japoneses se les fusionan los núcleos. Así que, organización. Si va usted a desplazarse para ver por última vez a un ser querido, procure avisar antes, no vaya a ser que ese ser querido haya salido ya a verle a usted, y haga un pan como unas ostias. Porque no hay tiempo. Es el inicio de la era de la cucaracha y el momento en el que usted, querido lector, debe hacer balance de lo que ha hecho con su vida hasta el momento.
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