Egipto es un país de mezclas culturales. Una situación dada por el rollo aquel que se traían Marco Antonio y Cleopatra. De la mezcolanza de egipcios y romanos salió una nueva raza que iba a colonizar el mundo y que se ha quedado en nada. Además, como todo el mundo sabe, las pirámides las trajeron los marcianos en sus naves espaciales, habida cuenta de la relación extratérrida que tenían los señores estos de perilla y que escribían con dibujos inanimados con los seres de otro planeta. Tenían muchos dioses, como Amón-Ra (Ramón, en castellano). Se ve que de tanto mirar al cielo, han permanecido durante varios miles de años cegados por la luz del sol.
Al cabo del tiempo, un señor que se llamaba Jesucristo, un hippie de la época que de tanto fumar canutos se creyó el hijo de dios, llevó hasta aquellas tierras de palmeras y camellos una nueva religión, que convive desde entonces con la de los musulmanes, que es la misma que la cristiana, pero sin poder emborracharse. Una mezcolanza que, además de por la situación política, queda en contraste con un elemento más del puzzle: los guiris de pantalones estampados con flores y chancletas de cuero que se evaden con impertinencias de los nativos que acuden a ellos buscando una moneda para poder sacar adelante ese mismo día a los miembros de su familia. De Bisbal no voy a decir nada.
Y cómo son las cosas que ahora, cuando ya no hay ni un duro para comprar el pan, personas tan diferentes, enemigos irreconciliables, se dan la mano para aprovecharse del mercado global, comprarse gafas de sol y tratar de que sus rayos les dejen de cegar. Y echar al tirano. Uno más.
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